Memoria nocturna

Imagine que entra de puntitas por la puerta de una habitación a oscuras. Se dirige hacia la cama con movimientos lentos, procurando no hacer ruido y susurrando palabras en su mente. . .cierra los ojos y se recuesta una noche más.
Poco a poco se desnuda, se va quitando la corbata de lágrimas y el saco de preocupaciones. Decide poner su cuerpo tibio a descansar, el día termina. El cuerpo aún pesa.
Sus pies se sienten fríos y los coloca sobre una sábana, usted sabe que es una sábana porque en su memoria aún vive la sensación que causa un objeto tan ligero rozando su piel.
Encoge sus piernas y las toca con las manos para darles calor, su respiración se asemeja alguien que duerme plácido, pues la oscuridad le brinda la oportunidad de ser usted mismo.
Ahora se sienta en la cornisa de aquél colchón, como si jugase en un río muy hondo, lleno de peces de colores. En la oscuridad brillan más que nunca, son estrellas que viajan en el agua de sus sueños, cometas que llevan deseos al corazón, ríos fundados con risas y felicidad, instantes que cobran vida y le aguardan cada noche, cada vez que viaja en su barco hecho de cobijas y almohadas.
La puerta permanece abierta y los sonidos de los grillos se acompañan con los trenes, nadie llora, todo está en calma.
Una silueta permanece en pie, no es cuestión de tocarse con las yemas de los dedos. Aquella figura lleva un Cristo en el cuello, también lleva esperando a que usted le mire desnuda, como aquella luna que se asoma por la ventana, desnuda, por eso usted decidió darle cada mañana sus ropas transparentes, confeccionadas especialmente para ella, con sus huesos y su carne, ella, a quien usted eligió antes, muchas noches antes de esta.
La puerta nunca se cierra, ni se cerrará. La complicidad está en el aire. Ella se sienta a su lado en un acto instantáneo y le mira como si estuviese mirando a un espejo de agua, ella ríe, se complace con el calor que extiende el cuerpo de aquella persona que esperaba. Ha llegado, he aquí, aquí está.
Ella pensó que le pertenecía, error humano, pero también quiso detenerle un momento, tomar el instructivo que usted le dio aquella otra vez y empezar a mover las últimas piezas. No le toca, ni le tocará, no al menos esta noche porque eso no es lo que busca en usted. Ella se sumerge en su mirada y transita ligeramente por sus venas, todo, todo en usted cuando se deja llevar, cuando cierra los ojos y empieza a soñar.
Se escucha el respirar de dos cuerpos, ambos al unísono, sus corazones se incendian y arden en silencio mientras ella, con frases cortas, en un acto poético, le desnuda un poco más. Amar a los fantasmas no es peligro, amarle a usted tampoco es sencillo, pero no se complique, sólo no salga corriendo pues sus pies aún están mojándose en aquel río.
Se inunda la habitación de sirenas y ellas cantan una canción con alas, ella le arranca una pluma a la “s” y empieza a escribir para usted. Mientras escribe canta, hay una canción que comparten, líneas que jamás serán escritas porque no existen las palabras.
Ella permanece, toma un leve respiro, se recuesta en la cama de frente a usted y empieza a adivinar con el pensamiento los espacios entre sus labios y sus ojos. Ella lo sabe, sabe cuánto miden sus ideas, estira sus brazos y los compara con el ancho de los mares de un beso, ella recuerda…
En ese momento íntimo, ella se recuesta cerca de sus pies y se ríe en una risa callada. He ahí los peces nadando en el río, los pies de usted ahora se encuentran sumergidos con los de ella. Tímidamente empieza a hablarle, usted conoce ese sonido, vamos, es como el sonido que hace su mano al colocarla sobre el corazón. Hay historias que no nacieron para ser contadas, mensajes que se saben sin decir una palabra y aquí está, regalándole lo mejor con todo y sus defectos, su dramatismo y su no poder estar siempre en un sólo lugar.
Usted sabe que ella es, porque la vio en una tarde reflejada en su taza de café. Entre las ondas descifraba su silueta y usted la bebía para saber si surtía efecto en su alma, para ver si la paz le volvía al cuerpo y dejaba de sollozar de una vez por todas.
Ella se acostó cerca de su oído, cerró sus ojos y alcanzó son sus manos a dedicarle el último respiro de aquel sueño. Ella le cuenta poco a poco y sin chistar, la historia de cada rasguño, de cada espacio vacío en su pecho, sobre las tardes en la fábrica y las palabras que le hacen llorar. Le contó que –soledad- no es alguien para todos, los sentimientos se leen a flor de piel cuando menos lo espera usted.
Y así sin prejuicios ni lamentos, imagine que se dejó acariciar el alma, usted posee su corazón miniatura, que se engrandece son tan solo un soplo del amor que usted, solamente usted le sabe dar.
¿Qué por qué le ama? Ella le contará sus propios miedos y se harán menores. Ella, sin quererlo realmente, o no lo sé, eligió permanecer a su lado, con la certeza de que este hombre es un ser humano.
¿Que si lo merece usted? ¿Usted sabe lo que significa para ella el que la haya encontrado? ¿Lo que significan aquellas tardes y noches antes de acostarse a la cama? Usted lo sabe, lo recuerda, porque tiene un sentimiento que nace de aquellos días. No quiere amarrarle, quiere tocar aquellas marcas en sus brazos y desvanecerlas. Si usted quisiera, le enseñaría sus adentros y lloraría plácidamente al decirle al oído quién es ella.
-No tenga miedo y si lo tiene compártalo, para eso Dios creó el número dos- Venga, saque los pies del río para que encuentren un nuevo cauce. No tema, que para hacerse el loco y salir corriendo hay que dejar “la puerta cerrada”. Imagine que esto le pasa, no se desanime, ella le ama y cuando dice –Te amo- sabemos que usted realmente le cree.
No se acobarde, es cierto usted descansa en aquella habitación, pero no deje que su cuerpo guarde el peso de lo que no puede cargar. Ella le conoce y usted a ella, recuerde que “París es una ciudad sólo en sueños” y que ella en todo caso, si usted aún la acepta, vendrá a contarle cada noche una nueva verdad.
Imagine que ese día, al terminar la historia. . .ella, la mujer para usted, le susurra su nombre.
¿Lo reconoce usted?

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Vagando: Ricardo Durán Barney