Detrás de tu mirada.

Jesús Brilanti T.

Por fin hoy, después de quien sabe cuantas mañanas, cuantas lluvias y cuantos suspiros desnudos, sin eco, sin prosa o verso pude por fin volverte a ver, y lo hice tan de cerca que no pude evitar sentir una vez más esa terrible sensación que se intercepta entre mi paz, mi hambre y mi sed; aun puedo sentirla, como también alcanzo a olerte, a mirarte, a sentirte y a escucharte. Detrás de esos ojos se esconde la sensación que me asesina, me deja silente y arruina mis deseos de soledad. Más sin embargo se ha llegado el día de hoy, se llegó el instante en que de pronto, de repente entraras y me encontraras justo ahí, en medio de un solsticio de amargura y pena; llegaste así, vestida toda de negro, con ese traje completo, con tu media cola de caballo sujetando tu cabello tan profundo, ondulado, tan intenso y sosegado por la afilada figura de tu cuerpo, al que le sienta tan bien esas sonrisas que emanas.

Apareciste hoy, como un espectro extraído de un apacible cuento azul, azul profundo que ralla en la belleza eterna cual otorga la tranquilidad, y es que a final de cuentas esa es precisamente tu manera de evacuar mi soledad, apareciéndote así como así, de la nada, de repente tras una cortina amarga que se empeña en perseguirme como intentando roer mi esqueleto. Hoy te volví a ver, y no me importó transgredir este verbo, pues te observé, te detallé y mi alma por fin se quedó en paz por un instante, por un segundo cual se prolongó al permanecer inmóvil y silente.

Te miré, y te observé después, me remonté al instante de aquel día cuando pude hacerlo por primera vez, después del día en el que te abandoné, yo llevaba algunos carteles de cine bajo el brazo, y sin saber si te agradaría dicho tema te hablé sobre ello ¿lo recuerdas? , y apareciste, así con toda tu entereza y tu descomunal belleza que apuñala mi ser, que desdobla mi alma, y que trepana mis mal sabores quienes se extinguen, se mueren, se olvidan de mi, aunque sea durante el breve instante en que te posas de frente a mi persona. Es como si fuere yo un receptáculo que se contagia de toda esa energía que emanas.

Quisiera saber exactamente que es lo que me sucede, pero no tengo la respuesta, sin embargo no tengo dudas por primera ocasión entablando tales circunstancias.

Perdí la cuenta de las veces que llegaba temprano, tan sólo para verte pasar, la recompensa era cuando me obsequiabas una sonrisa, adosada a una mirada de esas que uno jamás puede olvidar.
Hoy, después de no sé cuanto tiempo, te he vuelto a ver, y llegaste así como eres tu, un ave que llega, levanta suspiros y ya luego se va, siempre sonriente, acariciando la cordura de este pobre demente; es curioso desconocía tu nombre, pero en mis sueños te nombraba, sin poder recordarlo al despertar, pero existía un apelativo para ti, tan puro, tan bello cual era imposible de pronunciar. Valga la ocasión en el día de hoy que de tu boca me lo has dicho, cuando nos presentó tu amiga, ahora tengo la certeza no lo podré olvidar, pues aunque ahora estando despierto, me queda la sensación onírica de tus palabras y tus destellos justo a mitad de esta mi oscuridad, pero estoy despierto y te puedo escuchar.

Mucho antes de que entraras al salón donde hoy me encontraba, supe que estabas ahí, andando, caminado para llegar hasta aquí, te pude sentir a distancia, como a distancia te conocí. En medio de esa lejanía, la proximidad con la que hoy pude mirarte, y hablarte un poco sobre de mí, ha labrado una marca profunda en el costado derecho de mi espíritu, y lo he sellado con el más profundo de mis lamentos por no saber cuando será la próxima vez que permitas volver a estar cerca de lo que eres.

Cada que observo aquella pintura que me obsequiaste donde plasmaste un delfín, me cuestiono si algún día ya no tendré que esperar tantas horas para volverte a ver.

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Vagando: Ricardo Durán Barney